sábado, 23 de junio de 2012

La vida en 164 cms


Curiosamente, como todo lo que ha pasado en mi vida, llegué en un año que se renovaba aparentemente la historia democrática nacional: 1991. El día, más curioso aún: 1 de enero. La finca en la que mi mamá inició con dolores de parto estaba en medio de una zona denominada "caliente" por la presencia de grupos subversivos. Desde que llegué he dado gratas sorpresas. Yo, realmente era el nuevo varoncito de la familia. Andrés Felipe, todo era azul y hasta baloncito de fútbol adornaba mi cuarto. Sin embargo toda mi familia me recibió con un amor desbordantes y hasta hoy sigo siendo "la niña".
Mi niñez fue la más felíz de todas. Desde chiquita he hablado como lora mojada. Uno de los regalos más bellos fue un teléfono muy real. Tenía 4 años. Precisamente a esa edad aprendí a escribir mi primer nombre. Con esos añitos me puse el primer uniforme. Me matricularon en "mundo fantástico". Un vestido azul turquí, marinerito y medias de igual color. No había nadie más felíz en el mundo que esta chiquita. Siempre he sido de pocos amigos, muy pocos.
Crecí en medio de dibujos animados como Candy, Las Guerreras Mágicas, Sailoor Moon, Aventuras en Pañales y demás. A los 6 años tuve uno de los más bellos e inocentes sueños: Ser patinadora artística. Me pegué varios "totazos" y fue ahí donde la vida me enseñó a levantarme con más fuerza después de cada caída. Mis días transcurrían entre aprenderme "La Marsellesa", las tablas de multiplicar, juegos infantiles y una que otra fiesta con amiguitos de la cuadra.
No puedo negar que desde esas épocas soy una lectora consumada. Todo por influencia de mi abuela, quien desde que yo era niña y al ver los noticieros nacionales, sin entender mucho lo despelotado que estaba el mundo decía: Quiero estar en la Tv. Ella siempre dijo: La niña será periodista. Gracias!!! Nunca nadie pudo definir mejor mi sueño, mi anhelo, mi vida.
A los 9 años hice la primera comunión. Y fui felíz! Conexión de vida con Dios y día especial, muy especial con mi familia y algunos compañeros del colegio. Después el sueño de ser patinadora quedó archivado e inicié natación. Me costó trabajo y mucho aprender clavados, estilos y más porque siendo pequeña la piscina fue muy honda. Uno de mis compañeros se resbaló, cayó al agua y murió ahogado. Un trauma insuperable.
Llegó la edad fuerte en la adolescencia y me escondí tras una gélida impaciencia. Genio bastante reacio. Conflictos internos, quizás baja autoestima. Llegaron las enfermedades de la carne y estaban muy bien hospedadas. Tanto así que una de ellas derivó en una anorexia impulsiva. Nada que lamentar, porque aquí sigo dando lora y para rato. Crecí odiando el inglés porque mi primaria fue orientada en colegio francés, aprendiendo cosas como "le tête" o villancicos como "C'est l'amour infini!" y en el cambio a secundaria en inglés, no fui capaz de traducir una oración sencilla porque hice un total sancocho idiomático.
Reconozco que en esa época definí que no quería tener esposo, quizás hijos en un futuro muy pero muy remoto. Pero más que definir eso me dí la oportunidad de conocer a Liliana Sinisterra... Una jovencita que detesta el pimentón en la ensalada. Que también tiene la música como estilo de vida. Que aún tiene el sueño de volver a entonar una notas con su guitarra. Puede pasar de escuchar "Una aventura" de Grupo Niche, a "Todo se transforma" de Jorge Drexler o "Esta vida" de Jorge Celedón. Que es capaz de llorar horas enteras con tal de sacar las telarañas que a veces la sociedad pone en el alma.
Que es capaz de reír a carcajadas disfrutando de un café en una inigualable compañía y llorar de la misma risa.
Una loca enamorada de la vida, que hace mucho dejó de importarle el qué dirán. Enamorada de sus amigos. Si, de esos pocos pero valiosos amigos que se he topado en el camino y a los cuales siempre estará dispuesta a defender y proteger hasta la muerte.
La misma niña que lloró los 9 de cada mes después de agosto de 2009, al recordar que su mamá se fue a otro lugar más bello, donde no habían preocupaciones, pero a la que terrenalmente extraña cada día de la madre, cada Navidad, cada cumpleaños.
Que ha luchado por cada sueño y a la que cada día agradece no deberle nada a nadie, sólo a Dios y a la vida por haberle dado la oportunidad de vivir y vivir tanto.
Eternamente indignada, no conformista, "la voz contraria del pueblo".
Una vida impregnada de sueños, anhelos, realidades, temores, dudas, alegrías, locuras refugiadas en 164 centímetros.

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