lunes, 25 de febrero de 2013

Sin víctimas no hay delitos


En Colombia se conocen los casos más alarmantes de violación de DD.HH. en cuanto al contexto del conflicto armado se refiere. Sin embargo al hablar sólo de las balas, los crímenes de Estado y la eterna disputa ideológica que nos ha dividido en bandos enfrentados, olvidamos erróneamente que detrás de todo ese marco ilegal hay niños reclutados, secuestrados civiles y de la fuerza pública, poblaciones destruídas y víctimas mortales, desplazados y mutilados por minas antipersona que demandan de manera urgente la reparación a su daño, compañamiento de los diferentes órganos de control del Estado.

Por el contrario, la justicia, verdad y reparación no ha sido tan acertada como se planeó en la teoría, pues llevamos años indultando a los diferentes grupos al margen de la ley, siendo las víctimas esa cuota de sangre obligada en esta famosa lucha antiterrorismo, pero a la vez, el capítulo prohibido en las legislaturas nacionales, los diálogos de paz, el diario vivir, los libros de historia y la agenda unilateral del gobierno de la prosperidad democrática.

De ésta manera y según el reporte difundido por el Miami Herald en diciembre de 2012, Colombia es el país latinoamericano con mayor número de desaparecidos por encima de la guerra sucia argentina y la dictadura Pinochet, en Chile, dando un portazo a la defensa de los derechos humanos, el estatuto de Roma y todos los tratados y convenios internacionales.
Mientras no se emprendan acciones judiciales, nuestro conflicto seguirá siendo cifras, notas periodísticas, comunicados oficiales y análisis de abogados penalistas y cientistas políticos. Y esa no es la vía de la paz. 

Por eso el primer paso que por obligación se debe dar en la ruta hacia la resolución del conflicto armado colombiano, es el reconocimiento legítimo de todas las víctimas sin excepción, ni proselitismos políticos, la posterior reparación y debida judicialización de los victimarios. De lo contrario pasaremos otro medio siglo en el mismo pantano, en el que estamos hace más de medio siglo, haciendo fiel cumplimiento al adagio popular que quien no conoce su historia, está condenado a repetirla.