Los contrastes de una ciudad que empieza a apagar sus luces para
dormir, se encontraron en la manzana de la calle 20 norte entre las Avenidas de
las Américas y del río. Cali, la ciudad que va de rumba en las esquinas solitarias
donde está el féretro de los sueños muertos.
Por: Liliana Sinisterra
En una noche fría, muy fría,
después de llover toda una tarde completa y lo que parecía una clase práctica
sobre el tema del mes, me llevó a descubrir en una cuadra, la ciudad en la que
por 20 años he vivido. Una ciudad agónica, casi inviable, con asuntos que la
hacen invivible.
Después de acordar algunos
detalles en la esquina del Banco de Bogotá, empezó la caminata que duraría un
poco más de 20 minutos y me encontré con un mural que hablaba acerca de
perseguir los sueños y las esperanzas. Cuán acertado el mensaje, pero también
qué utopía llega a ser la ejecución de esas palabras.
Y pensando en cómo Cali podría
recuperar esos sueños e ilusiones que se dejaron abandonadas en la mitad del
camino, al voltear en la esquina siguiente me encuentro con Casa de funerales
del Camposanto metropolitano de Cali. Estaba a reventar. Todos vestidos de negro.
Pero aparentemente tenían una falsa calma, pues ninguno lloraba. Pobres! Lo que
seguramente les esperaba al día siguiente era la parte más dura del duelo. Pero
con los años aprendí que nadie muere, nadie se va, sólo debemos aprenderlo a
amar de una manera diferente.
Sigo el rumbo. Las fachadas de
algunas casas se ven tan abandonadas, atacadas seguramente por las torrenciales
lluvias que se hacen presentes en algunas épocas del año.
Dirijo mi mirada al frente. Ahí
va el río Cali, a oscuras. Y en esa oscuridad silenciosa se recorre toda la
ciudad hasta llegar a su desembocadura.
La calle está fría, como si en
ella no hubiera la más mínima muestra de vida. Por el camino me encuentro
personas que se van haciendo compañía. Qué va! Cada uno va tan ensimismado en
su charla telefónica que creo, la presencia del otro es totalmente
desapercibida para su ser.
Mis pasos van hacia adelante
nuevamente, mis pies van pisando las hojas que sin vida, y resignadas caen de
los árboles, cuyas raíces tienen agonizando los andenes… Y me encuentro el
Apartahotel Rivera del Río, con las banderas de Cali, Valle y Colombia. Mientras
las observo detrás de mí pasan los carros, todos juntos, cuyo ruido siempre me
ha molestado. Punto a favor: El tráfico no está tan pesado como suele suceder a
esta hora, y en este sector.
¿Pero qué me encuentro en el
camino? “Miércoles de Golazo, paga 20.000 y entra el licor que quieras” Se
llama Liz. Parece un antro de esos de las películas de mafia y negocios sucios.
Desde afuera se logra ver una luz roja. Del peor gusto.
Pero, ¿A quién se le ocurre
rumbear un miércoles? Verdad. ¿A quién engaño? Estamos en una cultura donde los
“jolgorios” no respetan día y mucho menos horario. De fondo suena: “Con ropa
haciendo el amor, en la disco bien arisco.” En ese momento dije muy dentro de
mí: ‘Ahora si, que nos lleven los mayas’
Doy 5 pasos más por la misma
cuadra y me encuentro con un taller “Variedades Mencha”. Si. Nombres tan
originales que sólo se pueden encontrar en la cuadra de una ciudad colombiana.
Pero no fue la única ‘colombianada’.
En ese mismo sitio me topé con una gallina. ¿O sería gallo? Nunca he podido
encontrar la diferencia, pero mucho menos iba a entrar ahí para averiguarlo. Yo
paso.
Y sigo caminando, tropezándome con piedras,
pisando los vasos plásticos que seres incultos que habitan la ciudad han dejado
tirados en la calle. ‘Inversiones y planes para la paz’ una funeraria. Si, otra
en la misma cuadra. ¿Al parecer es un negocio lucrativo, no? Fachada blanca
como la paz, pero el sitio desierto como la esperanza de hallarla.
Y pensando en bobadas de cual
sería el camino a la paz, creo que me dio el primer ‘miniinfarto’ de la noche. Un
tipo de apariencia no muy agradable viene en sentido contrario al que yo voy.
Creo que la paranoia de siempre pensar que todo el mundo es un malandro, se ha
apoderado también de mi. Si, de mi. Que suelo andar tan desprevenida aún en la
cuadra más oscura y desolada como ésta.
Nuevamente mi mirada se dirige al
frente. Nuevamente el río me acompaña en la travesía y hay muy cerca de su orilla
dos banquetas, debajo de un árbol, tan desnudo. ¿Habrá alguien capaz de
sentarse ahí, tan siquiera 10 minutos de una noche tan fría, y oscura como
ésta?
Al fondo de tan deprimente cuadro
pasan 3 buses articulados del MIO. Verlos es creer en el progreso de Cali como
ciudad y uno siente que se han hecho las cosas bien, pero andar en él, le quita
a uno todas las buenas intenciones de pensar así del sistema y del genio que
tuvo tan macabra idea.
Segundo “miniinfarto” de la
noche. Una señora de estatura baja, con una sombrilla se me acerca y me habla
cerquitica y muy pasito pidiéndome dinero para el bus. Yo sé que la gente tiene
derecho a asustar, pero ¿Porqué todos a mí?
Me senté a esperar a mis
compañeros… Mientras tanto el ruido de los carros que pasaban por la Avenida
del río, me hacía compañía. Los buses de transporte público iban sin muchos
pasajeros. La razón: El caleño es el único ser humano que se deja intimidar por
el frío. Qué cobardes!
Llegamos a la esquina. Esquina
donde venden todas esas frituras que atentan a cualquier intento de dieta y que
son deliciosas. Construido con columnas de guadua, pero es muy curioso, que
esté conformado por madera y las mesas y asientos sean plásticos. ¿Una
colombianada más para el libro?
Hay una más. Al voltear y
encontrarme al frente del parqueadero de la conocida Torre de Cali, hay una
heladería donde sólo venden cervezas ¿?. Si, cosas que sólo pasan en Colombia,
y a esa hora, en Cali.
Un poco más adelante un pedazo de
andén totalmente desbaratado y encerrado por una cinta amarilla que en letras
negras reza: “Peligro, trabajamos para usted”. Tienen razón, ese es el peligro.
Cuando les da por trabajar para uno, nunca el remedio ha sido más provechoso
que la enfermedad.
Y curiosamente ya estaba en la
esquina siguiente, la más solitaria de todas en las que había estado, pero el
ambiente era mucho más tranquilo. No había aires de muerte, ni la mendicidad en
persona y muchísimo menos antros de mala muerte.
Nuevamente caímos en la Avenida
de las Américas y su acompañamiento de orquesta, es decir, el tráfico
vehicular, los pitos, los frenazos… Y aunque no los escuché, sé que uno que
otro madrazo también.
Vea pues que lindo. Una flecha
indica que se debe seguir derecho, al hacerlo el carro se llevaría por delante
el separador del MIO. ¿Porqué nunca hacen un trabajo bien y acomodan todo? Pero
bueno, ¿Para qué? Nadie respeta, ni sigue señales.
Ahora seguimos derecho por ese
andén, una iglesia presbiteriana Cumberland. Prefiero no hacer ningún
comentario. Por respeto a la iglesia. O a lo que ella trata de transmitir.
En uno de los postes de energía
un aviso: Se busca Edison Calderón desaparecido el ¿Viermes? Y dan el nombre y
teléfono de contacto de sus familiares. Qué triste es encontrarse este tipo de
cosas. Y es tan común que ya uno se acostumbró a pasar desapercibido.
En medio de la noche llega un
olor nauseabundo, creo que se me agrió hasta lo que me desayuné. Que cosa tan
espantosa.
Y así nuevamente vamos llegando a
la esquina donde empezó este viaje por una cuadra donde cada rincón y cada
esquina era una Cali en miniatura. No se escaparon muchos detalles. A mi
derecha todo solo, apagado, fachadas terribles. A mano izquierda una avenida,
con árboles, con transeúntes, con carros, con MIO, con banderas que parece que
llevaran una eternidad en los postes por los sucias y desgastadas.
Así fueron 20 minutos en esta
cuadra, y pensar que así es nuestra ciudad… A veces insegura, intranquila, en
medio de la rumba. Donde la muerte ronda en cada esquina, donde el progreso
está estancado. Uno de los ríos que nos bañan, nunca lo escuché pero siempre
supe que estaba ahí tratando de sobrevivir a la contaminación… Cómo la ciudad.
Tratando de mantenerse en pie pese al olvido de su gente y la incompetencia de
sus dirigentes.